El aliento telúrico de Ilan Serruya y la verdad desnuda de Pablo Llorca vibran en SevillaOTROS CINES EUROPA Víctor Esquirol
Puede que el fútbol brasileño se preste demasiado fácilmente a la exageración. De lo superlativo a lo funesto (sin medias tintas que valgan) en cuatro toques, dos patadas y un salto olímpico de trampolín. Su jugador estrella durante los últimos años da buena cuenta de dicho gusto por el contraste en cada partido que juega. Para más inri, la selección que capitanea es exactamente lo mismo, pero aún más magnificado. No en vano, hablamos de una institución cuya leyenda se ha levantado a base de estrellas sobre el escudo y descalabros con nombre de catedral futbolera. Hablar de los “Maracanazos” es leer la historia del deporte rey… y sin embargo (y ahí iba), el impacto de dichos accidentes no acaba de apreciarse del todo bien hasta que no aparece una persona tocada por los dioses (esto es, un artista) y nos enseña la cara B del titular.

Recordemos aquel 7 a 1 de Alemania a Brasil. Resultado exagerado que provocó gritos, llantos y desmayos en masa… no menos exagerados. Y el más exagerado de todos, que conste en acta, no exageró: lo miró todo desde el hospital. Un cuadro dantesco en un día cualquiera; un apocalispsis absurdo que no se completó (y ya lo dejo) hasta que no apareció, un año después, Sergio Oksman. En O futebol el cineasta remató la tragedia nacional con un drama íntimo. El de un hijo (él mismo) que se reunía con su padre en su país natal, una nación que estaba patas arriba por la celebración de aquel maldito Mundial. Se trataba de un documental a vueltas con la ficción, y cuyo compromiso con la realidad se plasmaba en lo más importante, es decir, en la relación de esas dos personas, unidas por la sangre, pero también por el fútbol. Se sucedían los encuentros (en todos los sentidos) y el espectador iba entendiendo mejor aquel vínculo paterno-filial a través de ese elemento siempre presente entre ambos. Un televisor, una radio a máximo volumen, una tertulia de bar: 22 hombres dándole puntadas a una pelota… y hablándonos de 2 personas. La exageración fue eliminada con el planteamiento cinematográfico. Quedó lo esencial: la reunión. Pues bien, un Mundial después de aquella sacudida, apareció Ilan Serruya con una película de naturaleza similar. Reunión, que así se titula, trata sobre el reencuentro de un padre y su hijo en un terreno de juego muy alejado del hogar. ¿Pero dónde exactamente? Pues en la Isla de la Reunión. Elemental.

A unas pocas millas náuticas al este de Madagascar, aguarda una figura paterna con la que se ha perdido el contacto largo tiempo atrás, y claro, la misión del experimento consiste en entender el porqué de aquella separación, pero más aún el cómo de esa segunda oportunidad. Pantalla en negro y ruido abrasivo mecánico para ponernos en situación. El origen de dicho sonido aparece envuelto en el misterio por los límites impuestos a nuestros sentidos, pero cuando por fin podemos abrir los ojos, maldición, no conseguimos despejar dudas. Un chico se halla delante de un espejo y, tijeras en mano, intenta rebajar su volumen capilar. Una escena sin excesivo conflicto en el plano visual… pero contaminada, y de qué manera, en el auditivo. Las orejas están a punto de estallar, y no es una exageración. ¿A causa de una aspiradora? ¿De una lavadora? ¿De una turbina de avión? Imposible determinarlo con exactitud: con la vista no basta. El problema trasciende lo físico y se asienta en lo espiritual. Es, seguro, esa inquietud; ese asunto por resolver que no se va a callar hasta que no llegue el carpetazo. Con todo esto en mente, se va Serruya (y nosotros con él) a aquella isla. Al aterrizar, se monta en un coche, asoma la cámara por la ventanilla y la pone a grabar. El resultado es un travelling lateral a alta velocidad, que convierte los rasgos del paisaje en una serie de líneas y colores. En una especie de tela que, lo averiguaríamos en breves instantes, servirá para cubrir lo que espera a continuación.

El hijo encuentra al padre, pero la catarsis que esperábamos nosotros como espectadores no llega. Se sientan uno delante del otro. Les separa una mesa, o esto vemos, pero en realidad (lo percibimos) hay mucho más. Silencio. Corte. Esa misma mesa, en ese mismo patio, con esas mismas personas ocupándola, pero visto todo desde un ángulo distinto. Silencio. Corte… y vuelta a empezar. Pero cuidado, hay gato encerrado. El montaje no es multi-vista, o tal vez sí, pero indudablemente no es a tiempo real. Cada vez que la cámara parpadea, han pasado horas, quién sabe si días. El reloj va avanzando a ritmo de calendario, pero parece que la escena no se desencalla.

Hasta que el chico hace uso de aquella tela, y escapa. Lejos de aquella casa y de aquel hombre del que no se desprende nada, aguarda un mundo de maravillas naturales en el que refugiarse; tal vez, en el que comprender mejor lo que sucedía entre padre e hijo. Y ahí está el qué. De repente, los parajes volcánicos de aquella Reunión nos hablan de aquellas pulsiones volcánicas familiares. El entorno es para Serruya lo que el fútbol para Oksman: una vía de escape, pero también un bisturí para incidir. Así, entre idas y venidas; entre comidas y excursiones, transcurre la experiencia. Sin prisa; con los tempos marcados no por las exigencias artificiales de una película, sino por las necesidades del cuerpo. Un auténtico viaje en “slow-filming”, en el que tanto la filmación como el posterior montaje se llevaron a cabo pensando, en parte, en dar al espectador el aire y tiempo necesarios para que él solo entienda qué está pasando ahí.

Y así, tuvo que pasar media hora (no exagero) para que alguien abriera la boca. Y no pareció forzado, al contrario. Tuvieron que cumplirse cinco minutos más de añadido para que escucháramos una respuesta. En versión acelerada: “¿En qué piensas?”, pregunta el hijo, “En el camino que hay que recorrer”, responde el padre. Y así, ese viaje que en un principio (pero sólo muy al principio) parecía montado a base de descartes, se descubre altamente revelador en cada decisión tomada. Aquel poeta gitano, a todo esto, debía estar asintiendo en algún rincón, pues llevaba razón: las fuerzas telúricas tenían un impacto directo en el destino de los seres humanos. En Brasil no se les puede entender sin pasar por el verde del césped; en la Reunión sucede igual, pero con la naturaleza. Con el diálogo con el mar, la niebla, las cascadas y esa montaña cuya cima, a lo mejor, podría coronarse junto a ese hombre que antes no estaba, pero ahora sí.
Reunión, de Ilan Serruya en CinemalditoCINEMALDITO Ramón Rey
Padre e hijo aparecen en una antigua grabación de vídeo doméstico años atrás, separados en la composición por la ruptura que provoca el tronco de un árbol. Ahora los mismos protagonistas de esas imágenes vuelven a entrar en el mismo plano, sentados ante una mesa en el exterior de una casa, con una ruptura todavía mayor producida por la silueta que genera una columna en el punto de vista que utiliza la cámara del director Ilan Serruya. Reunión es el título de su película y el nombre de la isla al este de Madagascar donde se escenifica el reencuentro. A través de la observación de sus sujetos, Serruya intenta explorar la idea de distancia construida entre ellos —un concepto de distancia que tiene que ver más con lo emocional y lo simbólico— y su representación a través del espacio y del tiempo como recursos cinematográficos. Una captura de una ausencia mediante el fuera de campo y la elipsis que contiene a la vez sus propias presencias delante y detrás del objetivo. Tiempos muertos, instantes de tránsito y comidas repletos de silencios y de vacío apenas rotos por la imperiosa necesidad de llenar el ambiente con palabras en ocasiones puntuales.

Cambia el plano entre fundidos a negro que marcan las pausas elípticas y el transcurrir del tiempo queda desdibujado en el espectador. Cada vez que observamos de nuevo a padre e hijo juntos compartiendo un lugar pueden haber ocurrido muchas cosas entre ellos o la nada más absoluta. Pero en ocasiones el retrato del mismo espacio que comparten aparece sin ellos, dejando un rastro espectral de su relación con el mismo en la cocina, la piscina u otros rincones de la casa. Según avanza esta reunión queda claro que la selección de metraje se basa formalmente en una aproximación periférica del tema que estudia la obra, abordando así esa ausencia de un padre en la vida de su hijo, sus incuantificables lapsos de incomunicación y una separación de escala aparentemente insalvable que surge de cada encuadre que comparten. Las fugas visuales al paisaje en los trayectos que recorren sugiere también un estado emocional proyectado desde el interior de ellos. Una catarata, un bosque, una montaña y toda la orografía volcánica configuran una perspectiva desoladora desde la panorámica que a ras de suelo puede estar rebosante de vida y luz ocultas, con sus detalles que pasan borrosos a gran velocidad desde la carretera. De nuevo esa idea recurrente del paso del tiempo y la ausencia de propósito en su experiencia atrapa la cinta en diversos momentos.

Las dos sillas y la mesa del comienzo sirven a modo de eje para una estructura narrativa que se descubre que posee cierta circularidad en su reiteración, apoyándose para ello en la evasión sistemática de un conflicto que rehuye a sus mismos implicados y también a nosotros. ¿Qué ha ocurrido exactamente entre ellos? ¿Por qué se han juntado de nuevo y con qué excusa? ¿Es la creación de sus imágenes lo que da sentido al acercamiento o lo que sencillamente lo permite a través de la mediatización necesaria que les provee? El espacio conocido cambia la orientación del plano que lo describe en múltiples ocasiones. A simple vista es todo lo que se transforma con cada nueva iteración dada la imposibilidad de acceder a la psicología de estas personas, lo que proporciona simultáneamente un mayor nivel de naturalismo y autenticidad a la mirada del director. Una mirada que se orienta hacia una situación que intenta expresar con la mayor transparencia posible —desde los márgenes, desde la conciencia de estar observándose y siendo observado—, pero también que sirve para escudriñar minuciosamente en su propio interior la verdadera dimensión y las repercusiones personales del experimento audiovisual sin que parezca afectar al resultado final.
El cine que viene: ReuniónRNE Samuel Alarcón
Entrevista en el podcast ‘El cine que viene’ de Radio 5.
Reunión di Ilan SerruyaCINEFORUM Gloria Zerbinati
Già presentato qualche settimana fa al DocLisboa, Reunión di Ilan Serruya è probabilmente tra i film, assieme a Sobre tudo sobre nada di Dídio Pestana, più toccanti e dolorosi visti al Festival de Cine de Sevilla, che ne conferma l’ottima programmazione.

Ilan Serruya si reca alla Isla Reunión (da qui il gioco di parole del titolo) per ritrovare il padre che, lasciata la famiglia, si è ritirato laggiù. Tanto più il dolore risulta sordo e pressoché irrisolvibile, quanto più ciò che viene a mancare tra padre e figlio è la parola.

Reunión è un film dove la parola è assente. E la mancanza della voce, del discorso, per dare una forma razionale e sensata alla sofferenza, lascia spazio ai luoghi, selvatici, quasi violenti, dell’isola, e ordinari, banali, della casa in cui il padre abita. Le cene silenziose, i due a tavola, uno di fronte all’altro, senza aprire bocca, quasi spaventati all’idea di dirsi qualcosa, fosse anche una banalità, sapendo che l’inizio di un discorso qualsiasi aprirebbe le porte a una serie di domande e spiegazioni e giustificazioni e biasimi senza fine. Allora ecco le cene mute, i bagni nella piscina, le passeggiate in solitaria, senza che tra i due si stabilisca un contatto.

Fin dall’inizio del film il regista mostra sé stesso seduto alla stessa tavola del padre, ma l’immagine è divisa in due da una colonna che li separa. Il figlio guarda per terra, il padre fuma guardando fisso davanti a sé. E pian piano la natura prende il sopravvento, quasi a lasciare in sospeso il non detto, la relazione tra i due. Ma i territori sono impervi e tutt’altro che gentili, come il legame tra Ilan e suo padre. Il paesaggio può essere una fuga e un rifugio. Un luogo in cui andare a nascondersi e dove stare in solitudine a riflettere.

Un’isola come la Reunión è sicuramente un posto che per la sua bellezza, ma anche per la violenza della natura che la abita, non può che diventare di prepotenza un terzo personaggio che in maniera nemmeno troppo celata, rappresenta simbolicamente i sentimenti che “incatenano” i due protagonisti, e tanto più i luoghi mostrati sembrano impervi tanto più risulta evidente la difficoltà di comunicare tra i due, benché, in realtà, non attendano altro.

Talvolta l’amore per l’altra persona, sia una madre o un padre, un figlio, un amico o un amante, è talmente complesso, contorto e doloroso, da non potersi esprimere, salvo banalizzarlo, normalizzarlo, renderlo buono per il mercato e la pubblicità. Allora di fronte al conflitto costante che pone le due parti in opposizione e in alterità permanente, meglio tacere, affinché la tensione rimanga “qualcosa” rispetto al “niente” di una normalizzazione.

Ci sono due immagini eloquenti, all’inizio e alla fine del film, che valgono assai più di qualsiasi spiegazione. Sono due gesti. Sono, anzi, il medesimo gesto ma agito in due contesti e da due persone differenti. All’inizio di Reunión vediamo Ilan Serruya nel bagno di casa sua tagliarsi i capelli con delle forbici di fronte a uno specchio. Se li accorcia, si taglia il ciuffo, se li sistema come meglio riesce. Alla fine del film vediamo il ragazzo che si lascia rasare i capelli dal padre con una macchinetta, quasi fosse un rituale, una purificazione, un nuovo inizio.

Non viene – fortunatamente e ovviamente – spiegato ciò che accadrà dopo, anche perché probabilmente è ancora in corso. Si lascia però all’intelligenza e alla sensibilità dello spettatore immaginare quanto sia doloroso e importante quel gesto, quanta fiducia e quanta dolcezza si celi dietro un padre che sorride guardando nello specchio il figlio che gli sorride a sua volta, lasciandosi finalmente andare. È un gesto che viene dall’infanzia, quando permettevamo a nostra madre o a nostro padre di entrare nella nostra intimità, mentre ci lavavano, ci pettinavano, ci vestivano per andare a scuola o per uscire, ci legavano il laccio di una scarpa poiché, per una questione di età, la coordinazione non era ancora padroneggiata a sufficienza. E probabilmente quel gesto infantile e familiare, quel sorriso un po’ imbarazzato tra padre e figlio, è il dialogo più potente che i due possano avere, il discorso più chiaro, semplice e amorevole.
Ropa sucia detrás de una cascada: ReuniónMULA BLANCA Diego Cepeda
A ojos cerrados, empezamos a escuchar un sonido impreciso, intuimos, quizás, turbinas de un avión que emprende su marcha. Vemos a un hombre frente a un espejo, maletas sobre la cama, ropa y equipos de filmación. Ilan se corta el pelo con unas tijeras y ambos sonidos mecánicos conviven. Se escuchan unos trabajadores, unos martillazos que poco a poco encuentran un ritmo y se convierten en latidos de un corazón. Este será el relato de un viaje, un viaje entre cicatrices y dislocaciones, entre el peso de una fotografía que desde entonces separaba a un padre y a su hijo, un viaje sobre la violencia intrínseca de la búsqueda.

Ilan parte hacia la Isla Reunión a visitar a su padre, a quien, a falta de palabras, vamos conociendo a través de unos libros que tiene en el salón de su casa: Diccionarios del francés al hebreo, otros de resolución de conflictos, sobre la familia. Un largo silencio los acoge, esta es una película llena de preguntas no verbalizadas, de alguna forma, es una película sobre la duda. Vemos cómo a veces, Ilan corrige el encuadre, re-direcciona el micrófono, las imágenes y la arquitectura van dialogando, hay una viga de concreto que le impide filmar frontalmente una pequeña mesa en la terraza donde pasan el tiempo juntos, donde comen y se miran, donde aún no encuentran las palabras correctas para entablar un diálogo. ¿Cómo me acerco?, ¿Cuál es la distancia correcta?, ¿Cómo se filma éste paisaje que desconozco?, ¿Cómo se filma un padre?, ¿Cómo filmo a mi padre?.

Desde aquí, hay una intención de dibujar una presencia con mucho cuidado. A través de la dilatación, se va generando un punto de vista emocional que le permite proyectar el trazo de una distancia, más allá de la niebla que en ocasiones invade el horizonte, Serruya utiliza el cine como una herramienta topográfica.

Sin embargo, no todo lo que transcurre en la película es ese tiempo, ese que ha pasado y que ha dejado sus huellas como grietas en la tierra. La insistencia de un camino que aún no se ha recorrido, perturba las imágenes pausadas y hace que la propia isla también discuta sobre su condición, que sea partícipe de su encuentro. La cámara se desmonta del trípode y en algunos casos, emprende una búsqueda que hace que los árboles se muevan, ya sea desde un tren o corriendo en medio de un prado, entendemos que la tierra también quiere hablar.

Cortarse el pelo, entrar y salir de una piscina, caminar por las piedras al lado de un río, son algunos de los pequeños rituales a los que acudimos durante la película. Reunión propone de forma litúrgica un viaje hacia la palabra, hacia un cariño suspendido, hacia el deseo de aunar dos extremos dentro de una misma imagen.
Expectations Upended: Doclisboa 2018THE BROOKLYN RAIL Matt Turner
Ilan Serruya’s Reunion (2018) also involves a meeting, as the filmmaker is reunited with his estranged father, taking a trip with him to a remote island. Long takes in which the two men stare silently at each other are interrupted by shots of the surrounding scenery. After many minutes the father announces that he “messed it all up,” beginning a stunted yet cathartic confession about the source of their separation. It’s a tough watch, but the film’s resolution is more impactful due to its almost comically extended delay. “Anyway, now you know, the door is open.”
Fluido rosa: ReuniónRNE Rosa Pérez
Entrevista en el podcast ‘Fluido Rosa’ de Radio 3.
Reunión, de Ilan Serruya. Una colección de silenciosS8 MOSTRA DE CINEMA PERIFÉRICO Elena Duque
En 2018 Reunión, de Ilan Serruya, fue uno de los proyectos seleccionados en nuestro programa de tutorización y asesoría INPUT. Una película construida a partir de una concienzuda búsqueda formal para abordar lo personal en el cine, que se estrenó en DocLisboa en 2018 y que, en una operación de ida y vuelta, tendremos la ocasión de disfrutar en esta edición de la Mostra.


¿Por qué la Isla de la Reunión? ¿Fue una casualidad, o se buscó a propósito el enclave?
En 2015 empecé a trabajar en pequeñas películas hechas con mi propio archivo doméstico, en ellas abordaba diferentes asuntos familiares resignificando y manipulando sus imágenes. Esta aproximación a lo personal mediante el audiovisual tuvo un fuerte impacto en mi manera de entender y procesar mi propia historia. En medio de este proceso autobiográfico, mi padre se mudó a la Isla Reunión. Llevábamos toda la vida prácticamente sin tener relación. El nombre del lugar me empujó a entender la isla como una invitación a encontrarme con él y fue uno de los motivos que provocó esta reunión postergada.

¿Cómo fue el proceso de recopilación de material? ¿Rodaste a lo largo de mucho tiempo? ¿Fue complicado poder filmar a tu padre?
Estuve durante un mes en la isla y realmente no tenía idea de lo que estaba haciendo. No sabía si era un largo, un corto o si no era nada. Grabé obsesivamente todo el encuentro y cada rincón de la isla al que tuve acceso. La cámara estaba siempre presente: mientras comíamos, viajábamos o hablábamos… cuando estaba yo solo me grababa a mí mismo.
Tiempo después me di cuenta de que me había llevado la cámara para que ejerciese una mediación entre nosotros y aligerase la tensión del encuentro. No considero que fui a filmarlo a él sino que ambos estábamos frente a la cámara, la reunión es el sujeto de la película. En ese sentido, el dispositivo fue fundamental para el desarrollo del encuentro.

¿Mutó mucho la idea desde el primer momento de su concepción? Por ejemplo, en el montaje. ¿Ya estaba presente también el paisaje desde el primer momento?
Después de grabar estuve más de dos años intentando darle forma al proyecto. Desde el principio tuve la intención de que el paisaje contemplativo manifestase el contenido de nuestros silencios. Y precisamente el silencio se acabó convirtiendo en el eje fundamental de la película: decidí montarla (casi) exclusivamente con los momentos en los que estamos en silencio. No quise recrearme en nuestras charlas sobre el pasado sino que me centré en un presente en el que la comunicación estaba rota después de años de ausencia y desconocimiento.

Así el paisaje de la Isla Reunión empezó a ganar cada vez más protagonismo; es el responsable de otorgar el tiempo y el espacio a cada uno para que se adueñe de la historia e interprete lo que estaba pasando allí.
El cine que trajo la crisisTENTACIONES, EL PAÍS Alejandro Romero
Es precisamente, esa “otra cosa” la que interesa a Ilán Serruya (Santa Fe, 1988). Para este director argentino crecido en Sevilla, la propia palabra cine se está quedando obsoleta. Para Serruya no existe una barrera entre su vida personal y la creación artística. En sus películas usa procesos del cine autobiográfico, usando material de archivo o rodando con familiares. Su primera película larga, Reunión (que aún no se ha estrenado), trata sobre un encuentro con su padre en la isla de Reunión en la que los silencios son lo que da estructura a la película. El mediometraje que ahora estrena Serruya se titula ¿Para qué sirve un zeide? y usa películas caseras hechas en su infancia para reflexionar sobre la memoria y la nostalgia.

En cuanto al futuro, Serruya afirma, rotundo, cuál es el camino a seguir para el cine experimental. “Creo que es hora de ahondar en el quiebre que se está dando entre el cine clásico y el de vanguardia. Debemos crear un medio que aúne arte, audiovisual y pensamiento. Sobre todo pensamiento”.
ilan.serruya@gmail.com
(+34) 655 187 035
Curriculum Vitae:
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